esta ciudad amarga las palabras
no hay árboles ni fuentes ni peatones
las prostitutas ya no están en las esquinas
en los hoteles
en las iglesias
las niñas que jugaban al amor
a ser esposas
miran el cielo desolado de la tarde
se les han ido las flores
los amantes que cortaron en el parque
después la casa
la muerte silenciosa y repentina
de alguien que abraza el crucifijo
las horas que pasan en el comedor
un plato vacío
la habitación a oscuras
sin ese cuerpo tibio de la tarde
sin decir palabra
y un día de esos fríos
ir a la cama con una mujer
caminar desnudo
salir al balcón
orinar desde ahí hasta la calle
mientras ella se cubre con la toalla
mientras tiende la colcha
y al apagarse el último cigarro
saber que esa amargura de palabras
es lo único que queda
y hallarse muerto
con la boca seca
sin tener tiempo de tomar el tren
(Ventana Interior, núm. 40, Septiembre-octubre de 2006)
octubre 27, 2006
Años después
Comparto un poema de hace mucho que acaba de ser publicado junto con otros de la misma época, bajo el título -algo inadecuado- de Piel que se desvanece. Es raro ver poemas propios desde lo que se es ahora y no desde lo que se era entonces, si no, pregúntenle a Borges y a su Fundación mítica de Buenos Aires.
Y dice:
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