diciembre 28, 2009

El mito del rechazo



En la sección Archétype de Le magazine littéraire de octubre apareció un artículo titulado Bartleby, que dejo ahora con una traducción mía.


Bartleby
El escriba recalcitrante imaginado por Melville
se ha vuelto rápidamente una alegoría de todos los rechazos.

por Philippe Delerm



Ello habría podido recaer sobre Yo y mi chimenea, relato en el que el humor hace las delicias —cercano a la cuarentena, decepcionado por el mediano éxito de Moby Dick y el fracaso absoluto de Pierre o las Ambigüedades, Melville se retira entonces al campo y no escribe más que lo que considera como relatos alimentarios destinados a las revistas. Pero Yo y mi chimenea está escrito en primera persona, y, con o sin razón, mucho se asimila el narrador al propio Melville, lo que lo aleja de una posible universalidad. En cuanto a la chimenea, los exégetas han reconocido en él un símbolo tan ambiguo —y sin embargo transparente— que es difícil hacerlo un símbolo... del retiro.

Es por tanto Bartleby quien ha tomado todo. ¿Qué todo? Bien, todo lo que le damos, cada año, desde hace ciento cincuenta años. Parece que gana más quien más tiene. Aparentemente, el medio literario prefiere dar al pobre. ¿Para qué agotarse en perseguir ballenas blancas? En lo concerniente a Herman Melville, es en la nada donde se ha hallado el todo. Es poco decir que Bartleby, personaje principal del relato epónimo es un anti-héroe. Es en primer término un pobre absoluto, forzado a dormir a escondidas en la oficina, donde está dependiente de las escrituras. Escriba, entonces, como lo denomina actualmente el título francés del texto —pero por mucho tiempo este título fue Bartleby el escritor, lo que no es inocente en la mitología naciente. Pobre, pero sobre todo solitario, incluso autista, desdeñando (o temiendo) toda relación con sus colegas de trabajo. Solitario, pero sobre todo rechazante. Hay que ver la gula con la que todos los escritores, pero también los actores del medio de la edición, al enunciado del solo nombre de Bartleby, lanzan en eco la desde ahora cultísima y única frase del personaje. Algunos la conocen en inglés: «I woud prefer not to.» Otros proponen una de las dos traducciones francesas. La más antigua: «Je préférerais ne pas le faire»1, o la más reciente: «Je préférerais pas.»2 ¿Qué es lo que se trata de rechazar? Poca cosa. El Bartleby del realto rechaza simplemente toda tarea que escaparía por mínima que sea al trabajo de copia que le ha sido asignado en principio. Pero este rechazo es muy recurrente, emana de un personaje muy extraño y lejano, que está en curso de volverse la expresión de todos los rechazos.

El escritor español Enrique Vila-Matas ocupa un lugar muy particular en la mitificación de Bartleby. Su libro Bartleby y compañía es de una inteligencia a la vez ligeramente especiosa y seductora. La vaga relación mantenida por el personaje de Melville con el trabajo de la escritura posiblemente o no perdida le permite hacerlo un símbolo de todos los escritores que han renunciado a escribir una obra, o se han interrumpido en su avance. Descubrimos aquí que los autores que consideramos como logrados (un Chamfort, por ejemplo, o el propio Melville) son a sus propios ojos bartlebys, lo que por otra parte no augura en absoluto la imagen que verá de ellos la posteridad.

En Francia, la fascinación de Daniel Pennac por Bartleby es desde ahora bien conocida, desde que hizo el año anterior una talentosa lectura-espectáculo. Empezamos a conocer el Premio Bartleby de novela inacabada creado por Fréderic Royer. En cuanto a Marie Darrieusecq, ella afirma: «La princesa de Clèves preferiría no hacerlo.» Conocemos la aversión maliciosamente ostentada por nuestro presidente hacia la novela de Madame de La Fayette. ¿Es el «bartlebysmo» un anti-sarkozysmo? Sin duda mi personaje en Quelque chose en lui de Bartleby3 se opone a todo lo que es bling-bling. Hay en todo esto al menos una forma de resistencia, tanto más agradable de desplegar cuanto que se la quiere resueltamente pasiva, oponiéndose a la valorización de la acción obsesiva, ya sea profesional o deportiva. Pero creo que el mito de Bartleby, incluso si se apoya cómodamente sobre este contexto, lo aventaja por mucho. Tan simple como que es resueltamente literario. Es rechazando crear un estilo como se lo crea. Es en la soledad y la melancolía donde existimos verdaderamente. Hay muchas ideas un poco dispersas que caminan en nuestras cabezas, y que se cristalizan en Bartleby.






1. Idéntica a la traducción al español: «Preferiría no hacerlo.»
2. Como en inglés.
3. Alguna cosa en él de Bartleby.

diciembre 07, 2009

Un asunto solitario

¿Qué me hace ser lo que soy? ¿Soy sólo una idea, una posibilidad...?

Rodrigo Pardo, La máquina



Recuerdo ya con menos nerviosismo dos libros que leí casi al mismo tiempo: La hierba roja de Boris Vian y La invención de Morel de Bioy Casares. Más o menos por esas fechas mis entusiasmos literarios se enfocaban en las máquinas como representación no solamente de la realidad sino de la literatura toda. Piénsese en La invención de Morel, en la máquina, como la literatura, y en la máquina del tiempo de La hierba roja como la posibilidad de borrar todo lo que existe desde la literatura, o bien, desde el lenguaje.

La máquina (Premio García Lorca 2006/Teatro de la Universidad de Granada), de Rodrigo Pardo me ha devuelto a esa realidad mecanizada del lenguaje, o de la conciencia, o de la conciencia del lenguaje. En todo caso esa relación entre el hombre y la máquina (oscuro cliché de nuestra era), que en el libro es entre la mujer y la máquina (también mujer), conforma un conflicto trágicamente médico (sin el melodrama de las series de televisión): El trabajo de la máquina es mantener con vida a Lucía, y, por supuesto, el conflicto entre ambas ronda los cuestionamientos sobre la despersonalización (¿deshumanización?) de la vida. Una mujer mecanizada que conversa con una máquina humanizada/feminizada.

Y de pronto ya estoy pensando en nuestra comunicación en línea: hablamos con una pantalla que a fin de cuentas no es otra cosa que el reflejo de nuestras ausencias, la proyección de una soledad etiquetada por el vacío: no un vacío literario, sino virtual. Como esto:
MÁQUINA: Deberías decirlo, soy una máquina. Un conjunto de circuitos y conexiones, programada para acompañar, para proteger, y por ahora preocupada por mantenerte con vida. [...] Comencé a funcionar cuando me encendiste, cuando me hablaste de ti y del mundo, mejor dicho, de lo que queda de él, inerte...

LUCÍA: ...te descubrí espejo de mis propias ausencias. Pareciera que no me queda nada excepto alimentarme, dialogar contigo, dormir, volver a alimentarme, y así por los siglos de los siglos.

diciembre 06, 2009

No diré "Preferiría no hacerlo"

Ahora que renové el blog, y que me costó tanto trabajo hallar un nombre de mi agrado, y que me tomé ciertas horas para adornarlo, y que me entusiasmé, y que pensaba que me animaría a escribir más; me sale el tiro por la culata y pienso que si no escribo, o bien, si escribo que no voy a escribir, o incluso si, como ahora, escribo que no puedo escribir; en fin, si todo eso, voy a caer en el cliché del síndrome de bartleby. Pero, ¿no era ésa la idea? ¿Cuál es el verdadero cliché?

Probablemente todo. Y no sin dificultad me voy abriendo paso en la escritura. ¿Qué digo? Que estoy escribiendo sobre no poder escribir en mi nuevo blog. Cosas así. Pero el cliché, efectivamente, está en esas dos o tres frases dichas hasta el cansancio. Una vez más, aquí. Aunque de todos modos cliché o no, no he dicho nada realmente.

El caso es que