Rodrigo Pardo, La máquina
Recuerdo ya con menos nerviosismo dos libros que leí casi al mismo tiempo: La hierba roja de Boris Vian y La invención de Morel de Bioy Casares. Más o menos por esas fechas mis entusiasmos literarios se enfocaban en las máquinas como representación no solamente de la realidad sino de la literatura toda. Piénsese en La invención de Morel, en la máquina, como la literatura, y en la máquina del tiempo de La hierba roja como la posibilidad de borrar todo lo que existe desde la literatura, o bien, desde el lenguaje.
La máquina (Premio García Lorca 2006/Teatro de la Universidad de Granada), de Rodrigo Pardo me ha devuelto a esa realidad mecanizada del lenguaje, o de la conciencia, o de la conciencia del lenguaje. En todo caso esa relación entre el hombre y la máquina (oscuro cliché de nuestra era), que en el libro es entre la mujer y la máquina (también mujer), conforma un conflicto trágicamente médico (sin el melodrama de las series de televisión): El trabajo de la máquina es mantener con vida a Lucía, y, por supuesto, el conflicto entre ambas ronda los cuestionamientos sobre la despersonalización (¿deshumanización?) de la vida. Una mujer mecanizada que conversa con una máquina humanizada/feminizada.
Y de pronto ya estoy pensando en nuestra comunicación en línea: hablamos con una pantalla que a fin de cuentas no es otra cosa que el reflejo de nuestras ausencias, la proyección de una soledad etiquetada por el vacío: no un vacío literario, sino virtual. Como esto:
MÁQUINA: Deberías decirlo, soy una máquina. Un conjunto de circuitos y conexiones, programada para acompañar, para proteger, y por ahora preocupada por mantenerte con vida. [...] Comencé a funcionar cuando me encendiste, cuando me hablaste de ti y del mundo, mejor dicho, de lo que queda de él, inerte...LUCÍA: ...te descubrí espejo de mis propias ausencias. Pareciera que no me queda nada excepto alimentarme, dialogar contigo, dormir, volver a alimentarme, y así por los siglos de los siglos.
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