“Tira del cuchillo conmigo, hasta despanzurrarlo”
La hora procuraba ser el atardecer o la noche, con el primer claro de luna. El lugar un descampado solitario pero no desierto; con un bosquecillo en los alrededores, o un seto, o una granja abandonada. Cuanto fuera necesario para garantizar a los actores el sostén de una presencia, aún inanimada, con apoyo entre bastidores o en las graderías, ya como árbitro o de testigo. Porque también el vencido, en la hipótesis más atroz, para que no agonizara bocabajo, con la cara entre el polvo, podría morir sentado, apoyando la nuca en el cojinete de un árbol o de una piedra... Tantos han muerto de esta manera, al abrigo de un olivo, de un muro, exhibiendo el impúdico desgarro con sus tripas palpitantes.
Gesualdo Bufalino, Museo de sombras
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