enero 10, 2011

Sobre Cuaderno del paseante

En el número de enero de la revista Este País aparece una generosa reseña de José Mariano Leyva sobre Cuaderno del paseante. Acá unos extractos:

Un salto al vacío que, para colmo, nos pide que gocemos al caer.

[...]

Guiado de la mano de William Carlos Williams, por ejemplo, Ramírez nos sugiere que los poemas sirven para medir, y que esta tarea se torna ardua cuando “el hombre moderno ha perdido la medida de sí mismo. Todos sus sistemas de creencias —morales, religiosas, etcétera— han sufrido un cambio”. De la misma manera, Ramírez rescata a Gilles Lipovetsky en una sentencia que el sociólogo francés propuso: estamos saturados de información. Lipovetsky se refiere sobre todo a información televisiva, radiofónica, la que como salivazos de poca profundidad empapan Internet. Moisés Ramírez se mueve mucho en medio de esos dos conflictos, sin duda complementarios: un exceso de información vana que provoca perder la medida de nosotros mismos. ¿Qué queda entonces? No la receta para solventar los problemas. Para ello ya estamos inundados de libros de cómo ser felices en 15 minutos. Tampoco la búsqueda del ser en religiones, escapes, incluso filosofías. La opción para Ramírez sabe mucho a pérdida. A esclarecerse individualmente a través de lo irrecuperable. No como nostalgia, como precepto. Encontrarle cariño a la incertidumbre.

[...]

Los paseos literarios se confunden con los paseos por la ciudad. Las valoraciones se toman con cautela, como si su emisor fuera también el primer detractor. El libro es un estado de ánimo. Sombrío las más de las veces. Ramírez se pregunta a cada vuelta de página por qué está haciendo lo que hace, pero nunca deja de hacerlo. Escribir. Leer. Preguntarse. Mantener el semblante lúgubre. El nihilismo es un invitado recurrente en Cuaderno del paseante. Y esos dos ingredientes —lo lúgubre, lo nihilista—, recuerdan mucho al estilo de los escritores modernistas aún decadentes del cambio del siglo XIX al XX. Descreer de todo y aceptar que se vive con un propósito tan poco seguro como la eterna búsqueda de la estética. Y luego descreer también de ella.

[...]

Los libros persiguen a Moisés Ramírez de manera obsesiva. Lo hacen sufrir. Cada opción literaria se torna en infinita posibilidad. Un laberinto que, a cada paso, construye nuevas paredes. Nuevos pasadizos. Los libros no lo dejan en paz. Le convierten la cabeza en una caja de resonancia que no para de emitir reflexiones. Algunas muy poéticas, algunas muy racionales. Son varias las páginas de su propio libro donde confiesa este mal. Un padecimiento que recuerda al Mal de Montano de Enrique Vila-Matas. Las ideas leídas se vuelven reflexión escrita. No hay escapatoria. Es la prolongación del lúcido mal. Y no me cabe la menor duda: Ramírez no se deshará de ese anatema. Seguirá leyendo, escribiendo. La literatura lo seguirá persiguiendo. Eso me da mucho gusto y me hace pensar: es la primera vez que celebro una maldición.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Very flattering, very nice